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Jesús nunca te pidió que creyeras en Él. Te dijo: ¡Sígueme! No busca espectadores. Busca caminantes, seguidores, hombres y mujeres que renuncian para seguirlo, vidas enteras entregadas a Su Señorío. Sígueme… y haré de ti. No puedes llegar a ser sin seguirle. No es negociable. No hay impacto verdadero, no hay legado espiritual sin este camino único: el discipulado. ¿Es tu caso?
Mateo 4:19 es radical: Sígueme, y haré de ti un pescador de hombres
Esta frase contiene por sí sola un manual espiritual para toda vida cristiana auténtica. Seguir a Jesús es entrar en un proceso radical e intencional de transformación, un proceso donde renuncias a tu voluntad para ser moldeado por la Suya. No es un curso a la carta ni una actividad secundaria de tu fe. Es el corazón del plan de Dios.
El discipulado no es un programa. No es una serie de actividades espirituales. No es aprender versículos de memoria o servir en la iglesia los domingos. El discipulado es un proceso intencional divino, un camino trazado por la mano de Dios, para que un hombre o una mujer se vuelva como Cristo, en carácter y en poder.
Un discípulo no es solo alguien que conoce a Jesús. Es alguien que vive con Él, que camina como Él, que lo sigue permanentemente hasta parecerse a Él. También es alguien capaz de reproducir lo que ha aprendido: convertirse en pescador de hombres. Si buscas impresionar al cielo con tu servicio pero te niegas a ser transformado, no estás en el discipulado. Estás en el activismo. Pero Dios busca corazones rendidos, no solo manos ocupadas.
Hay cinco razones, directamente sacadas del llamado que Jesús le hace a Pedro: «Sígueme, y haré de ti un pescador de hombres».
No llegar a ser discípulo es poner en peligro el futuro del Reino. Es impedir que otros accedan a la vida en Cristo. Es romper el relevo espiritual. El discipulado es el mecanismo de transmisión intergeneracional de la herencia de Dios.
Vivimos en una generación de ruido, pecado, trampas visibles e invisibles. Este siglo no deja a nadie fuera. Sin embargo, el apóstol Pablo nos exhorta a no conformarnos a este siglo, sino a ser transformados por la renovación de nuestro entendimiento (Romanos 12:2). Y esa transformación solo puede tener lugar en un entorno intencional de discipulado.
Tres pilares te ayudarán a perseverar pese a todo:
Pedro era discípulo mucho antes de Pentecostés. Ciertamente era imperfecto, autoritario, impulsivo, colérico. Pero tenía un corazón moldeable. Estaba dispuesto a cambiar. Eso es un verdadero discípulo. Puedes tener luchas, fallos, pero si tu corazón está abierto, dócil, honesto, transformable, entonces eres un buen discípulo.
Judas también tenía luchas. Pero no quería cambiar. Ocultaba sus batallas. Las negaba. No tenía la humildad de enfrentar sus tinieblas. El auténtico discípulo no disimula sus debilidades. Las confronta con Dios. Trata profundamente lo que hay en su alma. Dios no busca vidas perfectas. Quiere corazones hospedadores, que se entreguen a Su obra interior.
Testimonio personal: yo también, recientemente, Dios me confrontó con el orgullo. Era sutil. Oraba, elaboraba planes con seguridad, como si el mañana me perteneciera. Pero el Espíritu me detuvo. Me dijo: «El mañana es una gracia». Y ahí entendí que sin una profunda humildad, podía aniquilar generaciones. Las almas ligadas a mi destino podrían jamás eclosionar. Entonces clamé a Dios, me humillé, vomité ese orgullo. Ese es el camino del discípulo.
Puedes ser padre, esposo, empresario, pastor… y seguir siendo discípulo. A condición de integrar una cosa: el discipulado no es una actividad, es una postura identitaria. ¡Soy discípulo en todas partes! En mi casa, mis empresas, mi ministerio. Quiero que mis hijos sean discípulos, que mis colaboradores lo sean, que en todo lo que hago, yo porte a Cristo.
Pero no es automático. Hay que practicar rutinas intencionales. Incluir a Dios en la agenda. Garantizar mi intimidad antes que todo. Proteger mi llama interior. Planificar momentos para mi familia. Equilibrar las estaciones. Invertir en personas de confianza para reproducirme. Y sobre todo: mantenerme dependiente de Dios.
La parte más hermosa de la solución no es tu inteligencia, es tu altar. En los tiempos de intimidad, mientras oras, ya estás construyendo tu empresa, tu casa, tu ministerio. Dios trabaja mientras te expones. Sana tu alma. Orienta tus prioridades. Aleja las personas equivocadas, envía las correctas. Te revela lo que tú mismo no ves.
Muchos no se atreven a comenzar este camino por miedo a no llegar hasta el final. Pero escucha bien: es más difícil no rendirse a Dios que rendirse. Cuando resistes, cargas el peso solo. Cuando te rindes, es Dios quien te sostiene. Su llamado no depende de tu capacidad, sino de Su fidelidad.
¿Quieres mantenerte 10, 20, 30 años con Dios? ¿Quieres oír «buen siervo y fiel»? Entonces entrégate por completo. Una vez que pruebas Su presencia, todo lo demás se vuelve secundario. El Reino de Dios es una perla preciosa: cuando la encuentras, lo vendes todo.
Padre, vengo a Ti hoy. Decido no ser más un simple creyente. Quiero seguirte plenamente. Forma a Cristo en mí, transforma mi vida, haz de mí un discípulo según Tu corazón. Quema en mí toda resistencia, toda tibieza, toda desobediencia. Hazme inquebrantable. Úsame para impactar mi generación. En el nombre de Jesús, amén.
🙏 Si nunca le has entregado tu vida a Jesús, haz esta oración:
Señor Jesús, reconozco que necesito de Ti. Ven a mi vida, perdona mis pecados, sálvame. Creo que moriste y resucitaste por mí. Te acepto como mi Señor y Salvador. Quiero seguirte y servirte. Úsame. Amén.
- Mateo 4:19 – Sígueme, y haré de ti…
- Romanos 12:2 – No os conforméis a este siglo…
- 2 Timoteo 2:2 – Transmítelo a hombres fieles…
- 1 Pedro 5:10 – Él os perfeccionará, afirmará, fortalecerá, establecerá
- Lucas 9:23 – Si alguno quiere venir en pos de mí… niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame
- Romanos 12:1 – Presentad vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios
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